TARDE DE LLUVIA


Afuera llovía. Adentro, el silencio consecuente después de la tormenta eléctrica que había dejado sin luz al vecindario. El grueso de la tormenta ya había pasado, ahora solo quedaban las sobras, que se presentaban como una lluvia ligera y tenue. Juan Andrés, sin mucho que hacer, se entretenía viendo el agua caer.


El día, ya cansado, se estaba dejando ganar por la entusiasta noche, que dejaba en vilo a todo el vecindario, dubitativo a la espera de que la electricidad vuelva o empezar a buscar velas para espantar la oscuridad.

Desde la ventana de su cuarto, Juan Andrés pega su frente pegajosa contra el vidrio frío y seco. Mientras lo hace, deja que su aliento caliente empañe el vidrio moteado por la lluvia para hacer con el dedo figuritas que jugaban con las gotas pegadas.

De la montaña, bajaba silbando un aire cargado de frío y remordimiento, que golpeó de lleno en los árboles que bordeaban el camino en la calle frente a su casa, haciéndolos llorar hojas que caían regadas por el camino. Caían formando una secuencia sincopada, siguiendo un ritmo difícil de ignorar. Parecía una limpieza, una forma de desinfección, un baño justo y necesario que revitaliza y purifica. De a pocos, las hojas se iban acumulando por la calle, haciendo mares, ríos de hojas color mortecino, opaco y muerto.

Juan Andrés pintó un barquito con su aliento y el dedo sobre la ventana que, desde su perspectiva, se deslizaba por el arroyo de hojas de los árboles. El soplo de las montañas hacía arrastrar con furia el barquito, que sobrevivía luchando con las olas de hojas que se formaban. Juan Andrés, tenso desde la ventana de su cuarto, usaba su aliento y su dedo para evitar que el barco naufragara, como un capitán que lucha contra viento y marea. De repente, una ráfaga de viento levantó un cumulo de hojas delante de su barco, formando un gigante de hojas húmedas alimentadas con el soplo de vida de las montañas. Juan Andrés, desde la capitanía de su barco, vio la monumental figura amenazar la supervivencia de su barco como un estruendo que sonó como un rayo, pero antes de asustarse o intimidarse, Juan Andrés se sintió como el valeroso héroe de una película de acción. Antes de que la creatura atacara, ya preparaba sus pulmones, su dedo e imaginación para inventar las armas con las cuales lucharía.

Para cuando la creatura se preparaba para ejecutar su primera ofensiva, desde la cocina surgió el particular grito de llamado de mamá. La cena estaba lista.

Julián Rincón 🇨🇴

Participante de la 1ª Exposición Internacional 2024 de “Aventuras de Papel”.

Primer Premio en Narrativa.

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