EL CÍCLOPE DE LOS BOSQUES

En el libro anónimo, Acontecimientos de la Inglaterra Anglicana se habla del misterioso “incidente irlandés”. Según contó el historiador italiano Bartolomeo Banucci en la Conferencia Anual Histórica celebrada en Madrid en 1966; el erudito expuso un extraño incidente tomando como base las alusiones que hace el libro a los denominados “cultos del dios chacal”; y es que Banucci nos hablaba del encuentro entre el arzobispo Thomas Crannmer con un monstruo que habitaba en los bosques de Dublín; cabe destacar que el anglicano Crannmer murió en la hoguera el 21 de Marzo de 1556 por negarse a abrazar el catolicismo, siendo quemado por “hereje” bajo el reinado María Tudor, apodada “María la Sanguinaria”. Tres años antes de que Cranmer muriera, fue en una expedición secreta para entregar unos panfletos que apoyaban la causa protestante, además de varias traducciones inglesas del Nuevo Testamento, a una comunidad rural de Irlanda. La comunidad donde iba a estar era el foco de varias predicaciones y sermones al aire libre impartidas por teólogos; Cranmer tenía buenos amigos allá, por lo que no fue difícil enterarse de que los rebaños de muchos campesinos estaban siendo masacrados.

Misteriosamente, las ovejas aparecían descuartizadas en los verdes y hermosos campos de Dublín. Los cuidadores no podían explicarse el porqué de tal situación; y es que el suceso venia presentándose desde dos meses antes de la llegada del obispo. Irlanda era un territorio profundamente hostil hacia las ideas de la Reforma, en especial de los conceptos de la Iglesia Anglicana liderada por la ruptura de Enrique VIII con Roma; Crannmer contaba con sesenta y tres años cuando fue a Dublín, en calidad de erudito e impulsor. Era de mañana. Las hermosas praderas irlandesas que se extendían infinitamente hacia el bosque de la comarca, reflejaban los poquísimos destellos de un sol que paneas mostraba su rostro; nubes cargadas de humedad pronosticaban un clima lluvioso ese día en Dublín. Thomas Cranmer estaba en un granero, que servía a base de una oficinita de escribano; y es que el anciano necesitaba recuperarse de una intensa tos que se complicaba con las bajas de temperatura que tanto había en Dublín. Vestido con una larga túnica blanca, chaleco negro y gorro de humanista, Cranmer se hallaba editando las últimas líneas del famoso Libro de Oración común, el libro de plegarias que más tarde se usaría con frecuencia en todas las iglesias anglicanas. Tocaron a su puerta dos mujeres de avanzada edad. Eran campesinas de la comarca, llenas de miedo. Un miedo irracional que atestiguaba la llegada de algo perverso, suplicaban llorando a Cranmer que fuera a la zona cercana al bosque; tal parece que el marido de una de ellas había sido raptado por unas “manos gigantes”. Todo fue en horas de la mañana, a eso de las seis y media. Según ellas, algo había salido de entre los árboles y había capturado a Jonathan Doyle.

Cranmer tuvo que tranquilizarlas también exigirles que le mostraran la zona donde había desparecido el buen Jonathan; antes de partir, el buen arzobispo llevo en un pequeño bolsito de tela, una pequeña daga que le había regalado hace años el rey Enrique VIII, una copa ya sin uso que solía usar cuando celebraba la Eucaristía y unas hojas donde había hecho algunos apuntes para su Libro de Oración Común. No sabía si era Dios o tal vez una corazonada pero, tenía la inquietud de llevarse esos objetos. La zona a la que habían llegado era extraña. Un claro cerca del bosque, varios arbustos que bordeaban un segmento de grandes piedras ancladas en la tierra; metros más allá estaba un risco que salía a un inmenso lago. El arzobispo les pidió a las mujeres que aguardaran allí junto con los caballos; también un grupo de tres hombres de la comarca les hacían compañía. La esposa de Jonathan Doyle, estaba muy asustada. Thomas Cranmer tosía y tosía. Su rostro pálido, y su mirada fría (típicamente inglesa), con las manos tensas, se sentía preparado para adentrarse en las fauces de los Desconocido…Mundo de árboles, de viejas canciones paganas impregnadas de fantasmas, de hechiceros celtas que respiraban el olor de los demonios.

Porque Thomas estaba consciente de ello: los siniestros dioses del panteón celta, los demonios invocados por los druidas hurgaban en las raíces del aquel extraño bosque. La antigua mitología celta hablaba de unos horrendos gigantes llamados los Fórmoles, unos monstruos con un ojo único en el frente y, otro ojo en la parte trasera de la cabeza. Pero Cranmer no era un hombre supersticioso, ni se dejaba llegar por fabulas paganas, era ante todo un cristiano fiel a las Sagradas Escrituras. Recordó unas líneas que tenía pensado insertar en su más reciente trabajo de edición:

-En tu divina Majestad, en la gloria de tu Santa Trinidad, Oh, Señor Omnipotente que nos llenas de tu maravillosa luz…-era un plegaria larga Cranmer se sentía fortalecido. Sabía que se adentraba más y más en sombras de un infierno celta; ¿qué mejor arma para enfrentar huestes malignas que mirar a la Cruz?

El arzobispo de Canterbury repetía y repetía otra vez la oración. En un instante, dos gigantes manos salieron de entre la nada. Eran manos grotescas con dedos gordos y sucios; había en ellos vellos teñidos de sangre seca. Sangre que despedía el olor a muerte. Cranmer fue atrapado por aquellas manazas de un misterioso Goliat. El arzobispo estaba anonadado. Llego en ese momento a su mente los relatos celtas de los gigantes ciclopes; su daga cayó al suelo, junto con las hojas donde estaban escritas las plegarias.

En pocos minutos, Cranmer se hallaba frente a frente con una horrorosa cabezota de un solo ojo. Una bestia de nariz chata, boca ensangrentada como la de una bestia salvaje; el ojo, tan brillante y colorido como el rosetón de una catedral, parecía hipnotizar a Cranmer; pero eso no era todo, las manazas comenzaban a apretar más y más al arzobispo. El ciclope parecía deleitarse en aquello. La bestia abrió su boca donde se mostraba ríos de sangre y huesos, despidiendo el olor más asqueroso nunca antes percibido por el humano; Cranmer estaba quedándose sin oxígeno, pronto el forcejeo por liberarse de aquellas gigantescas manos y, la impresión por tan inesperada presencia provocaron que se desmayara…

El arzobispo despertó en una oscura caverna. Estaba atado con cuerdas junto a una roca; a su lado, estaba el saco, donde podía ver perfectamente que estaban allí la daga y la copa. Cranmer estaba algo confundido pero tuvo la certeza de que se hallaba cerca de un sitio conocido; podía oír el sonido de aguas que chocaban contra las rocas. Estaba cerca del mar. Pero cuando su vista se paseó por toda la caverna, sus ojos se toparon con el gigantesco cíclope de espaldas ante un fuego; la bestia maldita tenía un horrible ojo cerrado en la parte posterior de la cabeza ¡ah, cuan horrible cíclope era aquel! El monstruo agitaba un montón de huesos en una fogata, como si de un guiso óseo se tratara. Cranmer debía guardar silencio, pues ante el más mínimo ruido, el ciclope lo atacaría; pero sintió ganas de pedir ayuda o clamar a Dios por Su Santa protección porque, más allá de donde estaba el ciclope, como unos veinte cuerpos humanos se apilaban como un montículo sangriento. Los cadáveres tenían días allí: varios presentaban signos de descomposición y gusanos se paseaban por la muerta carne. Al lado de los cuerpos apilados, varias ovejas descuartizadas; una pata por aquí, dos cabezas por acá, todo era un desastre. Cranmer sintió nauseas por todo el festín infernal que presenciaba.

-Bueno, señor, despertado usted…Cena desayuno, ciclope devorar-dijo aquel monstruo al arzobispo, mientras caminaba poco a poco; en cada paso, la caverna parecía venirse abajo por las vibraciones.

-Oh, admirable…Usted es una bestia digna de su género. Creme que no le recomiendo que me coma.

 El ciclope, mirándolo fijamente con su ojo:

-Yo, Balar soy. Dioses malditos celtas hijos de Balar. Comer y comer con pasión mi hábito es.

Cranmer al oír aquella estúpida y primitiva forma de habla, aunado al paganismo incluido, sintió nauseas. Tuvo una idea, tal vez socializando con la bestia impediría que se lo comiera:

-Balar. Quiero hablarte de otro dios. Es el mejor dios que ha existido en este vasto mundo; puede obrar los mejores milagros. Ese dios se llama Jesucristo… El ciclope se enfureció:

-¡Agh! Balar odia cruces, odia hombres de largas ropas…Voy a comerte tripas, entrañas, hígado después que hables todo. Sigue hablando pero luego Balar comerte todo.

-Está bien, pero déjame contarte varias historias y hablarte más del dios Jesús. También debes prometerme que me mostraras al otro prisionero tuyo, al señor Jonathan Doyle.

-Maldito monje hablar mucho ¡Mucho! Balar mejor comer…

Dichas estas palabras, el gigantesco ciclope buscaba acercarse a Cranmer. Lo olfateó como si de un delicioso trozo de carne se tratase; en cada exhalada, el arzobispo podía oler el pestilente aliento de aquel demonio. Luchaba por no vomitar.

-Tienes mi palabra de arzobispo: no tomara mucho tiempo lo que te diré, amigo gigante.

Y la situación fue propicia. El plan de Thomas Cranmer era distraer al ciclope con varias historias de la Biblia; iniciando con el Antiguo Testamento hasta llegar al Nuevo. Todo con el fin de ganar tiempo. Balar era tan estúpido que había dejado el saco con la daga cerca del arzobispo. Solo era cuestión de tiempo para que Cranmer se acercara el objeto, se soltara y atacara al cíclope; con historias tan extensas y apasionantes como las de la Biblia, el arzobispo lograría atraer la atención de aquel monstruo. La noche se convirtió en mediodía y Cranmer ya había relatado todos los sucesos del Antiguo Testamento; llegada la tarde, pasaba por los profetas. Así llegó la noche. Balar estaba ya dormido: había masticado por horas unas cabezas de ovejas y unas piernas humanas. Cranmer seguía relatando los milagros de los Evangelios, también las parábolas. El arzobispo aprovechó el momento para acercar la daga con su pie y, maniobrando un poco, logró cortar las cuerdas; estaba listo para irse pero necesitaba averiguar dónde estaba el esposo de una de las campesinas. El señor Jonathan Doyle. Tuvo una idea: dado que el gigante estaba profundamente dormido y, había todavía suficiente luz en la caverna fue a buscar las cuerdas y con sumo cuidado ato las manos del gigante a una pesada piedra de tal forma que no pudiera soltarse.

Cranmer, a continuación, acercó la daga al fuego, abrió la gigante pestaña posterior del gigante y clavó la daga en el ojo del ciclope; la bestia de un salto, dio el rugido más fuerte y aterrador nunca antes proyectado en los aires de Irlanda. Cranmer estaba empapado del gel acuoso del ojo. Balar se retorcía y chillaba como un león moribundo; como Polifemo herido por Ulises. Pero Balar estaba atado. Cranmer lo interrogó:

-¡Dime, Balar, dime en el Nombre del Señor Todopoderoso sobre el paradero de Jonathan Doyle!

-No te lo diré, maldito monje…Balar arrancarte las tripas, gusano.

Thomas Cranmer recordó que traía la copa consigo. Así que fue al caldero donde Balar estaba preparando el guiso horas antes y tomando la copa vertió un poco del asqueroso guiso. La amenaza fue directa hacia el ciclope; la bestia seguía retorciéndose de dolor y maldiciendo a Cranmer en un idioma (tal vez céltico). El arzobispo acercó la copa caliente al ojo del ciclope:

-Si no me dices donde esta Jonathan Doyle, voy a verter ese guiso caliente en tu ojo y así quedarás ciego por el resto de tu grotesca vida, demonio del abismo.

-Está bien, monje…Pasando la caverna, en zona de troncos ¡no acerques esa copa a mí!

-Más te vale. Por el bien de tu ojo.

El arzobispo de Canterbury alejó la copa, echo el guiso en tierra y fue rápidamente hacia la salida de la caverna; pero al llegar a la salida recordó que había dejado la daga en el otro ojo de Balar. Cuando regresó, vio al cíclope respirando rabia y ya suelto. Tenía la daga en su mano. Había logrado desatarse; Cranmer había cometido la estupidez de dejarle el arma al monstruo. El arzobispo corrió hacia la salida, pero sintió que algo se clavaba fuertemente en su brazo izquierdo. ¡Era la daga! El objeto había sido lanzado como un dardo hacia el brazo izquierdo de Cranmer; cuanto dolor, cuanto sufrimiento le estaba causando ahora el regalo de Enrique VIII.

Pero Cranmer seguía corriendo hasta que llegó a una zona despejada del bosque. Estaba llena de troncos sueltos. Una enorme hacha clavada en tierra, ocultaba a un hombre amordazado con trapos. Jonathan Doyle estaba muerto del miedo, allí, con los brazos atados junto a un tronco. Cranmer tuvo que morderse la lengua para evitar que saliera alguna mala palabra de su boca, cuando se retiró la daga del brazo; acto seguido, cortó las cuerdas y liberó a Doyle. Pero las noticias no eran del todo alentadoras, porque varios metros hacia la caverna, el monstruoso Balar venia corriendo, enfurecido; en cada zancada que ejecutaba era como si la tierra fuera víctima de un sismo; varios destellos que salían de su único ojo eran dirigidos hacia los arboles ¡el ciclope podía lanzar rayos por los ojos! Por increíble que pareciera, Cranmer no se quedó allí a contemplar aquel demonio de la mitología celta. Le advirtió a Doyle que se llevara el hacha que estaba cerca del tronco, donde había estado cautivo. Mientras Balar venia incendiando los aboles cercano con los destellos carmesís de su ojo, Cranmer y Doyle ya habían elaborado un plan; buscando montones de hojas secas y ramas, se pusieron debajo de ellas. Ocultos allí en ese fragmento de naturaleza muerta, irregular e insólito; el arzobispo ahora tenía la interrogante ¿Cómo iba hacer para atraer al ciclope a dónde estaban? Cranmer recordó que era un arzobispo. El arzobispo de Canterbury, que llevaba un cruz bañada en bronce; la cadena colgaba de su pecho. Con la daga y la cruz logró hacer suficiente ruido. En pocos minutos el gigante Balar se hallaba ante ellos.

-Monje maldito, campesino lengua de cerdo ¿Dónde están?-decía el gigante a pocos centímetros de su escondite.

-Mejor mira el terreno donde pisas, gigante diabólico, porque puede tener obstáculos-dichas estas palabras, Thomas Cranmer saco el brazo de entre el montón de hojas y, con toda la fuerza que podía hacer una persona de ya avanzada edad, clavó la daga en el pie de Balar. Thomas Cranmer, lleno de orgullo y satisfacción vio como el perverso Balar bramaba de dolor; la bestia inicio una descarga de rayos carmesí en varias áreas del suelo pero sin asestar al objetivo, Cranmer y Doyle; pero eso no fue todo, para asegurarse de que el ciclope no devorara más los rebaños de la comarca y asesinara más personas, Doyle escalo sobre la copa de un árbol caído en tierra y levantando el hacha, golpeo el ojo de Balar hasta que todo el líquido acuoso interno de la retina bañara los dos fugitivos. Era un hecho. Ya el ciclope estaba totalmente cegado. La bestia maldecía en lenguaje céltico. Se retorcía; golpeaba la tierra. Perdido en un mundo de tinieblas, no tuvo más remedio que quedarse allí, enfurecido y cegado.

Cranmer y Doyle corrieron por todo el bosque; ya estaba amaneciendo pues la pelea había sido larga. Eran ya las seis de la mañana cuando llegaron sanos y salvos a la comarca; entre gritos de alegría, elogios a Cranmer, los campesinos entonaron varios himnos para agradecer a Dios la liberación de Doyle. Los fugitivos contaron con detalles todas las atrocidades vistas en la caverna; llegaron a la conclusión de que a veces se desataban fuerzas diabólicas en la tierra. Pero más aún en sitios donde las personas les abrían puertas a los demonios, como el maligno Balar.

-Cuando estuve en la caverna vi unas tablillas muy utilizadas por los celtas en sus antiguos cultos. Y es que Balar no existía allí en esa caverna. Balar fue un demonio invocado a partir de ese ritual; en las tablillas están las instrucciones diabólicas para invocarlo. Esto es jugar con fuego, señores

-Tiene razón, señor arzobispo. Varios jovencitos imprudentes de la comarca hallaron las tablillas en el bosque e invocaron a ese horrible cíclope…Ellos, antes de morir hablaban del ritual como Dark Cults of the Jackal Cuando escuchó a la esposa de Doyle, Cranmer terminó convencido de que habían topado con un peligrosísimo libro de ocultismo celta; según se tenía entendido, de una religión que tenía su base en la adoración de un misterioso “dios chacal” que libraría un ejército satánico andante por la tierra. El arzobispo les advirtió que quemaran todo vestigio o cosa escrita que se relacionara con ese libro; a la vez que les contaba que la pila de muertos vistos en la caverna era de los que invocaron a Balar. Todo acto de rebelión contra el orden natural hecho por Dios tenía sus consecuencias, en este caso, la muerte inmediata.

Pronto pasaron los días y Thomas Cranmer tuvo que regresar a Canterbury no sin antes echar una mirada a las verdes praderas irlandesas y, agradecer profundamente a Dios por haberle concedido la victoria aquel día; mientras iba en la carreta, el arzobispo estaba listo para ir a ver otra vez a su esposa, Margareth Cranmer allá en Inglaterra. A terminar de preparar su Libro de Oración común base para la liturgia anglicana. Recitaba el salmo con lágrimas en los ojos. Pero las últimas palabras pronunciadas por Thomas Cranmer eran las del Salmo 121: “Alzare mis ojos a los montes ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del SEÑOR, que hizo los cielos y la tierra”

Pero al cruzar los linderos; ya casi en tierra inglesa, no contuvo las ganas de averiguar más sobre ese perverso culto. Si algo así existía, aun en plena época de la Reforma era necesario emplear las armas para exterminarlo. Armas espirituales y físicas; así nos contaba el historiador Bartolomeo Banucci sobre ese encuentro del arzobispo con un grotesco cíclope. Todo esto relatado en la Conferencia Anual de Historia, celebrada en Madrid en 1966.

Diony Scandela 🇻🇪

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