CAPITULO I: COMIE NZO DE LO OSCURO Como todos los años, no había nada, ni pavo, ni árbol, ni pesebre. Las girnaldas bien pudieran haber sido nuestros cuerpos famelicos por el hambre y la miseria que nos tocaba vivir diariamente. Todos los años, me paraba en frente de la negra chimenea, creyendo ingenuamente que el buen San Nicolás bajaría por ahí, entre ceja y sueño, esperando tan ahnelada visita. Más trsite fue la verdad, al otro día, no había ni San Nicolás ni regalos asomaban. Me senté a llorar desconsoladamente, mientras veía a Abélard, con una sonrisa fulgurante, disfrutar de los regalos que su tío Jean le traía de Moscú. Yo, en cambio con bolsillos rotos y penas llenas, mugre por maquillaje, parches por ropa nueva y desgracia por felicidad. El padre de Abélard, era un alto funcionario de su majestad, Napoleón lll. Ellos con sus lámparas de cristal. Yo, con mi mechero, alumbrado la humilde morada mía, sentado en la cama, mal nutrido. Mi madre, histerica, porque papá era u